Duelo

Todos sabemos qué significa esta palabra tan despreciada por algunos y tan adaptativa para otros.

El duelo podríamos definirlo en términos generales como ese proceso por el que pasamos después de una pérdida emocional en nuestras vidas.
No tiene por qué referirse solo al proceso por el cual pasamos al fallecer un ser querido, ya que el duelo también lo podemos pasar durante una ruptura emocional, un cambio de vivienda o incluso al perder el trabajo después de muchos años, perdiendo así nuestro estilo de vida.
Solemos decir que dicho proceso dura un año, y no es un número aleatorio. Se dice un año porqué son las primeras veces de algo que teníamos o solíamos celebrar, y ya no. 
Una vez ese año ha pasado, el proceso puede continuar, así como también durar menos de esos 365 días.
Entendemos pues que en ese tiempo es en el cual la persona acaba por aceptar y rehacer su vida, recordando quizás ese vacío emocional, pero sin que sea un dolor que nos impida seguir con nuestra rutina, aficiones o placeres.
Entendemos que hay unas fases que definió Kübler – Ross y son las siguientes:

  1. Negación
    «Me siento bien», «esto no me puede estar pasando, no a mí».
    La negación es solamente una defensa temporal para el individuo. Este sentimiento es generalmente reemplazado con una sensibilidad aumentada de las situaciones e individuos que son dejados atrás después de la muerte.
  2. Ira
    «¿Por qué a mí? ¡No es justo!», «¿cómo me puede estar pasando esto a mí?».
    Una vez en la segunda etapa, el individuo reconoce que la negación no puede continuar. Debido a la ira, esta persona es difícil de ser cuidada debido a sus sentimientos de ira y envidia. Cualquier individuo que simboliza vida o energía es sujeto a ser proyectado resentimiento y envidia.
  3. Negociación
    «Dios, déjame vivir al menos para ver a mis hijos graduarse», «haré cualquier cosa por un par de años más»,
    La tercer etapa involucra la esperanza de que el individuo puede de alguna manera posponer o retrasar la muerte. Usualmente, la negociación por una vida extendida es realizada con un poder superior a cambio de una forma de vida reformada. Psicológicamente, la persona está diciendo: «Entiendo que voy a morir, pero si solamente pudiera tener más tiempo…».
  4. Depresión
    «Estoy tan triste, ¿por qué hacer algo?»; «voy a morir, ¿qué sentido tiene?»; «extraño a mis seres queridos, ¿por qué seguir?»
    Durante la cuarta etapa, la persona que está muriendo empieza a entender la seguridad de la muerte. Debido a esto, el individuo puede volverse silencioso, rechazar visitas y pasar mucho tiempo llorando y lamentándose. Este proceso permite a la persona moribunda desconectarse de todo sentimiento de amor y cariño. No es recomendable intentar alegrar a una persona que está en esta etapa. Es un momento importante que debe ser procesado.
  5. Aceptación
    «Esto tiene que pasar, no hay solución, no puedo luchar contra la realidad, debería prepararme para esto».
    La etapa final llega con la paz y la comprensión de que la muerte está acercándose. Generalmente, la persona en esta etapa quiere ser dejada sola. Además, los sentimientos y el dolor físico pueden desaparecer. Esta etapa también ha sido descrita como el fin de la lucha contra la muerte

Kübler – Ross las definió como fases de un proceso de enfermedad terminal, pero son perfectamente aplicables a las otras situaciones de pérdida emocional, propia o externa comentadas anteriormente. 
En resumen, primero Negamos el hecho en sí, la perdida, mostrándonos incrédulos y no dándonos cuenta de hasta qué punto nuestra vida ha variado. Seguidamente nos mostramos enfadados con la vida, con alguien o con nosotros mismos, estando incluso irascibles con los demás. Negociamos las condiciones con nosotros mismos sobre lo que vamos a hacer a partir de ahora, llegamos a entender cosas que antes solo con pensarlas nos dolían, creamos nuevos pensamientos sobre las situaciones, percibiendo la situación diferente, cuando llegamos a entristecernos por todo eso que ha pasado, y que finalmente aceptamos.

Esto pues no significa que sean fases que estén ordenadas cronológicamente y que sean consecutivas, ya que se suele ir pasando por diversas fases y momentos a la vez, hasta que finalmente llegamos a aceptar dicha pérdida.

He comentado al principio que el DUELO también podemos entenderlo como algo adaptativo, ya que es un proceso natural que vivimos en nuestra cultura. Es bueno para nuestra salud mental pasar por todas las fases en menor o mayor medida, durante más o menos tiempo.
En el momento en el que por ejemplo negamos la pérdida, o nos mantenemos deprimidos durante largo tiempo, dejando más de lado la gente que sigue a nuestro lado, nuestro trabajo o aficiones y esto causa un cambio en nuestra rutina de forma prolongada, así como también puede haber un cambio en nuestra personalidad o forma de comportarnos, en ese momento es en el que la pérdida ya no está siendo llevada de forma adaptativa y con lo cual natural y positiva. Se ha convertido pues en un problema, que debería ser tratado por un psicólogo sanitario o clínico, para evitar posibles cronificaciones de la pérdida.

¿Qué es lo que nos lleva a que el duelo se convierta en un problema para nosotros o no? En mi opinión, la diferencia radica en la forma de afrontarlo, que no es más que el estilo de percibir las nuevas situaciones, el saber desapegarse y rehacer y construir, ver el lado positivo de las situaciones, aceptando la negativa y seguir con la propia vida, ya que de poco sirve anclarse en un proceso por una pérdida, por más dolorosa que sea, somos nosotros y es nuestra vida la que continúa. 

Con esto no quiero decir que sea sencillo, menos aun en casos catastróficos, tampoco que debamos intentar olvidar esa persona o situación que tanto queríamos, pero no intentar seguir con nuestras vidas, buscando nuevas escenas, momentos, personas que nos hagan felices es desperdiciar el gran regalo que nos hicieron al nacer, la VIDA, la vida que alguien perdió en algún momento y que nosotros dejamos de valorar. 

Parece paradójico, ¿no? Llegamos a desear no seguir con nuestra vida, a entristecernos por la pérdida o ruptura sentimental con alguien, cuando en realidad es algo que nos llega a todos, más o menos dolorosamente, más tempranamente o tardíamente, y en vez de aprovechar eso que tenemos, lamentamos que otro no la tenga, lamentamos no estar con esa persona, no dándonos cuenta que en caso de una separación podemos encontrar a alguien que nos haga igual o más felices, creyendo que esa va a ser la única persona que puede hacernos felices, o que es alguien perfecto, llenándonos de arrepentimiento y preguntas como «por qué no supe valorar lo que tenía, debería haber… podría…. y si….» sin preguntarnos ni siquiera qué podemos hacer ahora para ser felices, mirando hacia adelante con lo bueno que está por venir.

Si habéis caído en esa cronificación poneros en mano de un psicólogo que os ayude a seguir adelante, si habéis sufrido un pérdida reciente, no os preocupéis, el tiempo, junto las acciones de seguir adelante, de adaptación a las nuevas situaciones, de afrontar y apoyarse en los seres queridos, los cambios harán que ese dolor desaparezca cada vez más y que con el tiempo quede el recuerdo, la melancolía, pero la felicidad del futuro al fin y al cabo.

Los que lo habéis vivido sabéis perfectamente de qué os hablo.

Para los que todavía no habéis experimentado este proceso espero que este texto os pueda servir de guía para algo que aunque es cultural y más que prehistórico, no nacemos preparados, desapegarnos no es algo característico de nuestra cultura.

Nos dicen que cuando morimos vamos al cielo, donde el cielo es el lugar donde miramos cuando recordamos, pensamos, allí, en el cielo es donde se alberga nuestra esperanza, y la cura al dolor de nuestra pérdida.

«Recordar es el mejor modo de olvidar.» Sigmund Freud